agosto 31, 2012

PARA "BAJO EL VOLCÁN"


Un limón seco como una vieja acurrucada en el frío.
Un blanco montón de sal y las moscas
revoloteando sobre una mesa color naranja,
lluvia, lluvia, un miserable peón
y una miserable pluma arañando palabras.
Guerra. Los tranvías destrozados afuera
y el súbito y moméntaneo recuerdo:
el rostro de una muchacha en Hoboken;
una tortuga patas arriba muriendo lentamente
en la puerta de una marisquería,
sangre en su boca y en el blanco suelo,
alimento para el día siguiente.
Pero no habrá mañana, el mañana es ya pasado.
Tréboles, el olor de las piñas piñoneras
y el aroma de la salsa de pavo
y, de pronto, Inglaterra, una visión del hogar
y entonces los mariachis, algo discordante
y las alas de los pajaros sobre los magueyes
y el camarero sirviendo un plato negro
y la cara del peón, una imagen de la corrupción.
Además, el horroroso clima
en esta tierra de hombres a medio enterrar,
donde vivimos con Canuto, el reloj de sol, la enredadera,
el leproso, todos juntos en el torreón verde
tocando al atardecer la flauta y la guitarra
tocando la canción de la eterna espera de Canuto,
-el error de mi espera, la flauta de la desesperación-
y fuera la lluvia sobre el tren deslizándose lentamente.
Sólo vacío, vacío en mi alma dormida
donde una vez rugieron tigres de limón
licores de pera, pesada pimienta
y el ruido del tren y la lluvia en el cerebro.
Tan lejos del pajar y la granja, de su sendero,
en la pira donde ardió Ambrose Bierce,
en el agua que acojió a Hart Crane.
La muerte tan lejos de mi casa, sin mi mujer,
aterrado y rezando por mi vida destruida.


-Un cadáver debe ser transportado
con la mayor rapidez posible-,
 dijo el cónsul misteriosamente,
despertándose de pronto.

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